domingo, 31 de julio de 2011

Anochece

Aunque siembres, nada te garantiza la cosecha… y existe quien la recoge sin sembrar nada

La noche llega con su acostumbrada calma y el día nos despide con su conjunto de anaranjados que tiñen de una extraña belleza repetitiva el momento de la despedida de un día que, algunas veces fue complicado y otras, maravilloso.

La ciudad sigue con su ritmo, casi impasible, y parece que es ajena a ese mágico momento.

Sólo hay que buscar un sitio y sentarse para contemplarlo… tomar la mano de quien tienes al lado y guardar silencio para poder disfrutar del espectáculo en toda su plenitud…

Los recuerdos se difuminan, el dolor se alivia, la soledad se calma y la vida nos abraza…

Un beso, suave y dulce, sabe dar la bienvenida a la noche cuando el día se va…

A quienes se fueron, a quienes se van, a quienes vuelven, a quienes volverán, a los que siempre han estado… no dejéis escapar la magia de la vida, pues muchas veces no hacen falta grandes cosas para ser feliz


miércoles, 27 de julio de 2011

Futuro

Aunque te empeñes en retrasar el reloj, jamás recuperarás el tiempo

El futuro es un conjunto de hojas en blanco que debemos escribir todos los días. El inconveniente, es que no sabemos de cuantas hojas disponemos, y lo triste es que la mayoría de las veces, no escribimos lo que desearíamos.

lunes, 25 de julio de 2011

Cumpleaños

Casi siempre, la heroicidad necesita de testigos.

Anselmo cumple hoy 87 años y desde que él recuerda, es la primera vez que lo celebrará solo, aunque eso no le preocupa en absoluto.

Se ha sentado pronto en el pequeño jardín de la casa, a la sombra de los dos limoneros que en floración inundan de azahar todo lo que allí se asienta, y mientras el sol se filtra entre las hojas tupidas ya, el frescor que desprende el césped refresca la mañana y el estío parece hacer un alto en su rigor para que Anselmo pueda descansar

Se sentó a leer un libro cuyas letras nada le decía, mientras saboreaba su café cuyo sabor se disfrazaba bajo un buen chorro de coñac. En la otra mano, un humeante cigarrillo volvía a acompañar sus silencios a pesar de que ese hábito ya lo había dejado tiempo atrás.

Entre las letras del libro de Daniel Defoe que siempre se le había antojado como un cierto paralelismo en su vida, los recuerdos comenzaron a aflorar y la eterna pregunta que se había hecho durante años, le llegó de nuevo a cabeza… ¿soy feliz???

Anselmo trabajó duro toda su vida cuidando su huerto y vendiendo lo que en él se producía. Había conseguido con eso mantener a su familia, construir su casa y vivir con cierta holgura. A pesar de eso las cosas no siempre habían sido fáciles y la vida, como la de la mayoría, había pasado entre pocas grandezas y muchas miserias…

El miedo había estado siempre presente en su vida… y de forma directa o indirecta, había tenido que pelear con él… miedo cuando cerró la fábrica recién casado y tuvo que ponerse a trabajar en la huerta, miedo cuando tres años de sequia habían conseguido que su familia pasase hambre por que el negocio no daba para más… pero sobre todo, miedo cuando su mujer enfermó hace años y fue consumiéndose hasta morir a los pocos meses… miedo cuando su hijo y su nieto fallecieron en un accidente hace ya mucho tiempo… miedo incluso cuando su perro “Sultán” se arrastraba lentamente hasta él cuando llegaba a casa y se mostraba cariñoso y zalamero hasta que también, hace tres meses, falleció de puro viejo siendo tan fiel como siempre lo fue.

Así que hoy Anselmo cambió el tiempo de la pregunta y a su cabeza vino el pasado… ¿He sido feliz??? No lo sabía… Toda la vida trabajando, esforzándose por su familia, por su trabajo, por su negocio… toda la vida angustiado por el dinero, por el bienestar de su hijo cuando él estaba vivo, por su mujer, delicada de salud pese a la fortaleza de carácter y cuerpo… por sus padres, por su hermana… No, Anselmo supo que no había sido feliz…

Ahora, los médicos le habían dicho que debía cuidarse… debía hacer ejercicio, debía hacer dieta sin grasa, sin sal, sin alcohol, sin tabaco… si, Anselmo también había tenido miedo por su propia salud, por su muerte…

Pero no hace mucho, se dio cuenta de que el miedo había sido su gran compañero de vida y que ese miedo había conseguido manipularle, mirando siempre un futuro incierto en lugar de un presente cierto. Así que a medida que todos aquellos que él quería se fueron yendo, él dejó de tener miedo por ellos y en esa soledad, llegó a tener sólo miedo por su vida, pero para qué vivir??? Así que optó por disfrutar de lo que le quedase con esos pequeños placeres a los que había tenido que renunciar…

Hoy, cuando Anselmo cumple 87 años, se hace de nuevo la pregunta de si él es feliz y sonriendo al sol entre los pequeños huecos que la floresta de los limoneros le permiten, sonríe y sabe que una vez que ya no tiene miedo, ahora es feliz, justo cuando su vida se acerca al final… Le hubiese gustado perder el miedo hace ya muchos años, pero tal vez no hubiese podido querer de igual forma.



Echo de menos la lluvia

martes, 12 de julio de 2011

Plumilla

Puedo ser la causa de tu amor o de tu odio, pero no me culpes de tus sentimientos, puesto que tuyos son.

Eugenio falleció ya hace varios años, pero María aún conservaba y cuidaba la casa como cuando él estaba…

Eugenio era un perfeccionista y como pasante de notarías que siempre había sido, se había esmerado en ser un pequeño artista de la letra. Jamás uso bolígrafo ni pluma estilográfica y siempre recurrió al plumín y tinta china. Pese a ello, jamás tuvo una mancha o una errata y su escritura, amén de precisa, siempre se rodeaba de una belleza que todos admiraban y envidiaban, e inclusive, para quienes debían trabajar con él, se hacía hasta empalagosa

Eugenio siguió escribiendo cuando se jubiló, y a pesar de que las máquinas de escribir ya se usaban con cierta regularidad, él jamás accedió a usarlas y todos sus textos se fueron acumulando en su pequeño escritorio, entre tinteros, plumillas y papel secante.

Poemas inacabados se fueron acumulando en sus cajones a la espera de la musa que nunca llegó y María, fiel compañera durante más de 70 años, observaba día a día cómo el papel iba reflejando las curvas de la tinta que formaban elegantes palabras, las cuales, a ella, muchas no le decían nada.

Un día Eugenio dejó de escribir y casi al tiempo, dejó de vivir… desde entonces María había seguía con su rutina: limpiando la casa, ordenando el escritorio, procurando que la tinta no hiciese grumos ni que las plumillas se oxidasen, ordenando los montones de papel en blanco que pronto comenzarían a amarillear y procurando tener a punto los pliegos de papel secante.

En los cajones, tal y cómo lo había dejado Eugenio, continuaban las palabras con frases inconclusas que ya, difícilmente serían leídas por nadie… y en el corazón de María, el mismo miedo que Eugenio le había infligido durante toda su vida y que aún le obligaba a realizar aquello que siempre le habían ordenado…


miércoles, 6 de julio de 2011

Cita

Algunas caricias consiguen erizar los cabellos… Algunas caricias consiguen hacer latir un corazón…

Aún era pronto pero ambos ya estaban preparados… la cita era muy inesperada y se había convenido de forma improvisada, casi precipitada pero a los dos les había agradado la forma en que, en esta ocasión, el destino les había tratado…

Durante horas estuvieron preparándose, acicalándose, perfumándose… con la tranquilidad que los dos tenías, con la seguridad que habían conseguido adquirir en ya casi medio siglo de existencia, todos sus movimientos eran firmes y seguros, pero a medida que la hora se acercaba, sus corazones palpitaban de forma apresurada y su estómago les apretaba las entrañas…

Ambos, por separado y con algunos minutos de diferencia, llegaron en taxi al restaurante de Fidel, amigo de ambos y artífice de este encuentro… Primero llegó él y le preguntó si ella ya había llegado. Fidel viéndolo tembloroso, le dijo que aún no, pero no se lo iba a comer, que se tranquilizase… le acompañó a la mesa y volvió a su trabajo…

Al poco llegó ella y la pregunta se repitió. En esta ocasión la respuesta fue afirmativa y no hubo mucho más que decir… Fidel, sonriente y satisfecho la acompañaba a la mesa… sin decir nada, la ayudó a acomodarse, y una vez sentados, tomó las manos de ambos y se las unió.

Los dos sintieron que el corazón se les disparaba y una sonrisa se reflejó en sus labios al mismo tiempo… Ella, tal vez un poco más lanzada extendió una mano y Fidel se la hizo llegar al rostro de él… lo recorrió con calma, con nervios, con ternura… durante un prologando instante, su mano recorrió y escudriñó sus facciones… luego fue el turno de él que hizo lo propio…

El silencio se había producido pero las sonrisas perduraban… Fidel les dijo que por que no salían a disfrutar del día de sol. Los dos asintieron… cogieron sus bastones blancos y se encaminaron por la calle, tomados de la mano y con el sol besándoles la piel…


sábado, 2 de julio de 2011

Ancianidad

La distancia que nos separa es la misma, pero mientras lo que para uno es cuesta abajo, para el otro es cuesta arriba

A esas horas, el metro siempre va escaso de pasajeros y los asientos, enfrentados unos a otros, son igual de codiciados, pero para nada disputado

Frente a mí, una mujer gruesa dormita apoyada en la barra… a su derecha, un anciano meditabundo y a la derecha de este un asiento vacío… las caras de los pasajeros reflejan el cansancio del día y el calor de la calle…

El tren, igual de cansino, se detiene algo más de tiempo en las estaciones pero muy pocas puertas se abren… poco a poco, los asientos vacíos van dejando de estarlos… a mi izquierda aún dos huecos por cubrir

Las puertas se abren y un pequeño de grupo de gente entra… Ella, joven y escultural, luce una ceñida minifalda que muestra sin recato alguno sus largas piernas… Se sienta a mi lado

Frente a mí, la mujer gruesa apenas ha hecho ningún gesto y continúa con sus ojos cerrados y la cabeza apoyada en la barra, pero el anciano de su derecha, ha reaccionado y se ha incorporado en su asiento… sus ojos miran con descaro las piernas y su boca muestra una mueca de satisfacción…

El tren sigue perezoso su camino, con un escaso movimiento de viajeros…

La chica de la minifalda que se sentó a mi lado, parece inmersa en su propio mundo, manejando con soltura el móvil al que también está unida por los cascos auditivos, pero al llegar a una estación se incorporó con soltura y salió sin dudarlo…

Frente a mí, la mujer gruesa dormita y junto a ella, el anciano mantiene su sonrisa y su mirada, perdida ahora en el vacío.

En la siguiente estación, la mujer gruesa se espabiló y comenzó a prepararse para salir. Justo al levantarse, el anciano, que de alguna forma estaba apoyado en ella, se derrumbó cayendo al suelo de forma estrepitosa

Tras varias horas de detención, se levantó el cadáver… un infarto dijeron los médicos… el anciano permanecía con la mirada perdida en el vacío y la sonrisa en la boca…

Ignoro como fue su vida, pero seguro que murió feliz.