lunes, 25 de julio de 2011

Cumpleaños

Casi siempre, la heroicidad necesita de testigos.

Anselmo cumple hoy 87 años y desde que él recuerda, es la primera vez que lo celebrará solo, aunque eso no le preocupa en absoluto.

Se ha sentado pronto en el pequeño jardín de la casa, a la sombra de los dos limoneros que en floración inundan de azahar todo lo que allí se asienta, y mientras el sol se filtra entre las hojas tupidas ya, el frescor que desprende el césped refresca la mañana y el estío parece hacer un alto en su rigor para que Anselmo pueda descansar

Se sentó a leer un libro cuyas letras nada le decía, mientras saboreaba su café cuyo sabor se disfrazaba bajo un buen chorro de coñac. En la otra mano, un humeante cigarrillo volvía a acompañar sus silencios a pesar de que ese hábito ya lo había dejado tiempo atrás.

Entre las letras del libro de Daniel Defoe que siempre se le había antojado como un cierto paralelismo en su vida, los recuerdos comenzaron a aflorar y la eterna pregunta que se había hecho durante años, le llegó de nuevo a cabeza… ¿soy feliz???

Anselmo trabajó duro toda su vida cuidando su huerto y vendiendo lo que en él se producía. Había conseguido con eso mantener a su familia, construir su casa y vivir con cierta holgura. A pesar de eso las cosas no siempre habían sido fáciles y la vida, como la de la mayoría, había pasado entre pocas grandezas y muchas miserias…

El miedo había estado siempre presente en su vida… y de forma directa o indirecta, había tenido que pelear con él… miedo cuando cerró la fábrica recién casado y tuvo que ponerse a trabajar en la huerta, miedo cuando tres años de sequia habían conseguido que su familia pasase hambre por que el negocio no daba para más… pero sobre todo, miedo cuando su mujer enfermó hace años y fue consumiéndose hasta morir a los pocos meses… miedo cuando su hijo y su nieto fallecieron en un accidente hace ya mucho tiempo… miedo incluso cuando su perro “Sultán” se arrastraba lentamente hasta él cuando llegaba a casa y se mostraba cariñoso y zalamero hasta que también, hace tres meses, falleció de puro viejo siendo tan fiel como siempre lo fue.

Así que hoy Anselmo cambió el tiempo de la pregunta y a su cabeza vino el pasado… ¿He sido feliz??? No lo sabía… Toda la vida trabajando, esforzándose por su familia, por su trabajo, por su negocio… toda la vida angustiado por el dinero, por el bienestar de su hijo cuando él estaba vivo, por su mujer, delicada de salud pese a la fortaleza de carácter y cuerpo… por sus padres, por su hermana… No, Anselmo supo que no había sido feliz…

Ahora, los médicos le habían dicho que debía cuidarse… debía hacer ejercicio, debía hacer dieta sin grasa, sin sal, sin alcohol, sin tabaco… si, Anselmo también había tenido miedo por su propia salud, por su muerte…

Pero no hace mucho, se dio cuenta de que el miedo había sido su gran compañero de vida y que ese miedo había conseguido manipularle, mirando siempre un futuro incierto en lugar de un presente cierto. Así que a medida que todos aquellos que él quería se fueron yendo, él dejó de tener miedo por ellos y en esa soledad, llegó a tener sólo miedo por su vida, pero para qué vivir??? Así que optó por disfrutar de lo que le quedase con esos pequeños placeres a los que había tenido que renunciar…

Hoy, cuando Anselmo cumple 87 años, se hace de nuevo la pregunta de si él es feliz y sonriendo al sol entre los pequeños huecos que la floresta de los limoneros le permiten, sonríe y sabe que una vez que ya no tiene miedo, ahora es feliz, justo cuando su vida se acerca al final… Le hubiese gustado perder el miedo hace ya muchos años, pero tal vez no hubiese podido querer de igual forma.



Echo de menos la lluvia

martes, 12 de julio de 2011

Plumilla

Puedo ser la causa de tu amor o de tu odio, pero no me culpes de tus sentimientos, puesto que tuyos son.

Eugenio falleció ya hace varios años, pero María aún conservaba y cuidaba la casa como cuando él estaba…

Eugenio era un perfeccionista y como pasante de notarías que siempre había sido, se había esmerado en ser un pequeño artista de la letra. Jamás uso bolígrafo ni pluma estilográfica y siempre recurrió al plumín y tinta china. Pese a ello, jamás tuvo una mancha o una errata y su escritura, amén de precisa, siempre se rodeaba de una belleza que todos admiraban y envidiaban, e inclusive, para quienes debían trabajar con él, se hacía hasta empalagosa

Eugenio siguió escribiendo cuando se jubiló, y a pesar de que las máquinas de escribir ya se usaban con cierta regularidad, él jamás accedió a usarlas y todos sus textos se fueron acumulando en su pequeño escritorio, entre tinteros, plumillas y papel secante.

Poemas inacabados se fueron acumulando en sus cajones a la espera de la musa que nunca llegó y María, fiel compañera durante más de 70 años, observaba día a día cómo el papel iba reflejando las curvas de la tinta que formaban elegantes palabras, las cuales, a ella, muchas no le decían nada.

Un día Eugenio dejó de escribir y casi al tiempo, dejó de vivir… desde entonces María había seguía con su rutina: limpiando la casa, ordenando el escritorio, procurando que la tinta no hiciese grumos ni que las plumillas se oxidasen, ordenando los montones de papel en blanco que pronto comenzarían a amarillear y procurando tener a punto los pliegos de papel secante.

En los cajones, tal y cómo lo había dejado Eugenio, continuaban las palabras con frases inconclusas que ya, difícilmente serían leídas por nadie… y en el corazón de María, el mismo miedo que Eugenio le había infligido durante toda su vida y que aún le obligaba a realizar aquello que siempre le habían ordenado…


miércoles, 6 de julio de 2011

Cita

Algunas caricias consiguen erizar los cabellos… Algunas caricias consiguen hacer latir un corazón…

Aún era pronto pero ambos ya estaban preparados… la cita era muy inesperada y se había convenido de forma improvisada, casi precipitada pero a los dos les había agradado la forma en que, en esta ocasión, el destino les había tratado…

Durante horas estuvieron preparándose, acicalándose, perfumándose… con la tranquilidad que los dos tenías, con la seguridad que habían conseguido adquirir en ya casi medio siglo de existencia, todos sus movimientos eran firmes y seguros, pero a medida que la hora se acercaba, sus corazones palpitaban de forma apresurada y su estómago les apretaba las entrañas…

Ambos, por separado y con algunos minutos de diferencia, llegaron en taxi al restaurante de Fidel, amigo de ambos y artífice de este encuentro… Primero llegó él y le preguntó si ella ya había llegado. Fidel viéndolo tembloroso, le dijo que aún no, pero no se lo iba a comer, que se tranquilizase… le acompañó a la mesa y volvió a su trabajo…

Al poco llegó ella y la pregunta se repitió. En esta ocasión la respuesta fue afirmativa y no hubo mucho más que decir… Fidel, sonriente y satisfecho la acompañaba a la mesa… sin decir nada, la ayudó a acomodarse, y una vez sentados, tomó las manos de ambos y se las unió.

Los dos sintieron que el corazón se les disparaba y una sonrisa se reflejó en sus labios al mismo tiempo… Ella, tal vez un poco más lanzada extendió una mano y Fidel se la hizo llegar al rostro de él… lo recorrió con calma, con nervios, con ternura… durante un prologando instante, su mano recorrió y escudriñó sus facciones… luego fue el turno de él que hizo lo propio…

El silencio se había producido pero las sonrisas perduraban… Fidel les dijo que por que no salían a disfrutar del día de sol. Los dos asintieron… cogieron sus bastones blancos y se encaminaron por la calle, tomados de la mano y con el sol besándoles la piel…


sábado, 2 de julio de 2011

Ancianidad

La distancia que nos separa es la misma, pero mientras lo que para uno es cuesta abajo, para el otro es cuesta arriba

A esas horas, el metro siempre va escaso de pasajeros y los asientos, enfrentados unos a otros, son igual de codiciados, pero para nada disputado

Frente a mí, una mujer gruesa dormita apoyada en la barra… a su derecha, un anciano meditabundo y a la derecha de este un asiento vacío… las caras de los pasajeros reflejan el cansancio del día y el calor de la calle…

El tren, igual de cansino, se detiene algo más de tiempo en las estaciones pero muy pocas puertas se abren… poco a poco, los asientos vacíos van dejando de estarlos… a mi izquierda aún dos huecos por cubrir

Las puertas se abren y un pequeño de grupo de gente entra… Ella, joven y escultural, luce una ceñida minifalda que muestra sin recato alguno sus largas piernas… Se sienta a mi lado

Frente a mí, la mujer gruesa apenas ha hecho ningún gesto y continúa con sus ojos cerrados y la cabeza apoyada en la barra, pero el anciano de su derecha, ha reaccionado y se ha incorporado en su asiento… sus ojos miran con descaro las piernas y su boca muestra una mueca de satisfacción…

El tren sigue perezoso su camino, con un escaso movimiento de viajeros…

La chica de la minifalda que se sentó a mi lado, parece inmersa en su propio mundo, manejando con soltura el móvil al que también está unida por los cascos auditivos, pero al llegar a una estación se incorporó con soltura y salió sin dudarlo…

Frente a mí, la mujer gruesa dormita y junto a ella, el anciano mantiene su sonrisa y su mirada, perdida ahora en el vacío.

En la siguiente estación, la mujer gruesa se espabiló y comenzó a prepararse para salir. Justo al levantarse, el anciano, que de alguna forma estaba apoyado en ella, se derrumbó cayendo al suelo de forma estrepitosa

Tras varias horas de detención, se levantó el cadáver… un infarto dijeron los médicos… el anciano permanecía con la mirada perdida en el vacío y la sonrisa en la boca…

Ignoro como fue su vida, pero seguro que murió feliz.

martes, 28 de junio de 2011

Río

Solemos buscar fortuna. Solemos encontrar adversidad

Como arroyo… naciendo entre rocas y altura, el agua busca caudal, inseguro e incierto
Recorre campo y arena y regatea con todo cuanto se opone a su camino
Como arroyo… nervioso e inquieto
Avanza sin preocuparse de nada, sin conocer prisas ni reposos… avanza
Y descubre la noche, el día, la sombra, el frescor, el calor… y avanza
Y llega a la planicie y poco a poco forja y fuerza el cauce que ya existía…
Cómo río… lame las orillas del cauce, moldeándolo… avanza
Y la orilla moldea y dirige su curso… y la orilla une cauce y agua y forman el río…
Y los dos son uno… como río… uno solo…
No es río el cauce seco, ni es río el agua que brota medra por el páramo y que no sabe dónde ir
Cómo río… el agua acaricia la orilla, la lame, la moldea…
Cómo río… la orilla obliga al agua, lo guía, lo contiene, lo controla…
Ninguno pierde su identidad… el agua, el cauce… pero ahora juntos, como río
Cómo río… tú y yo… agua y orilla… luchando ambos por seguir siendo lo que somos
Perdidos por ser nosotros… como río… agua y orilla…
Luchando por no dejar de ser… como río
Hasta que ambos, al unísono sucumben en la desembocadura del mar… y ambos mueren, como río

miércoles, 22 de junio de 2011

Biodiversidad

Quien piensa sin aprender, sólo pierde el tiempo

Fue en 1859 cuando un grupo de aburridos cazadores llevaron unos cuantos conejos a Australia para seguir practicando su caza en los días en que el trabajo se lo permitía. El conejo, libre de depredadores naturales, se reprodujo como un conejo y se ha convertido en una auténtica plaga en aquel continente

Unos cuantos años más tarde, tras la segunda guerra mundial (creo recordar que poco antes de 1950), el mundo hambriento confío en el DDT para que sus cosechas no fuesen devoradas por insectos de cualquier índole y la agricultura dio un importante paso adelante con el deterioro de la población animal que hasta entonces había dependido de esos productos, ahora exclusivos para el ser humano

En otoño del 2005, un grupo de supuestos ecologistas puso en libertad a más de 30.000 visones de unas granjas gallegas que se dedicaban a su cría para el uso de su piel. Esta suelta indiscriminada ocasionó que el visón, un animal muy voraz, acabase con parte de la fauna autóctona produciendo una alteración muy importante de los ecosistemas

Tal vez el hombre sea el escultor del mundo tal y como lo conocemos, pero… es que no podernos estarnos quietecitos!!!


domingo, 19 de junio de 2011

Silencios

Para que la lluvia caiga del cielo, antes el agua subió allí

No hace tanto que un día intenté descubrir lo que es el silencio… Está claro que todos tenemos una noción básica de que el silencio es la ausencia de sonidos, lo opuesto a los ruidos

Soy urbanita, vivo en Madrid y como una gran ciudad es prácticamente imposible encontrar esos momentos de silencio que algunas veces nos empeñamos en buscar… es por ello que aquel día decidí dejar la ciudad para encontrarme con el silencio

Me fui a la sierra norte, a no más de 60 Km., dejando atrás, lentamente, el ruido del tráfico, de las obras, de las fábricas, de trenes, miles de pasos y cientos de voces, de teléfonos, de tertulias en el café, de risas en el parque…

Poco a poco la sensación de silencio se fue apoderando de mí mientras me alejaba entre senderos custodiados por lavandas, jaras, romeros y hierbabuena y ortigas… no demasiado lejos, pequeños sotobosques marcaban una precisa separación entre la abundante arboleda y la tenue vegetación de un terreno barbecho que otrora fue cultivo y huerta…

Hasta mí llegaron trinos de pájaros, cantos de cigarras y cuando todos ellos callaban, el ulular del viento creaba un improvisado ballet con las hojas y las ramas, y más allá, algún pequeño riachuelo cuyas aguas, muy posiblemente escasas, no dejaban de ser bravas para golpear lo que encontrasen repicando un ritmo repetitivo pero agradable…

Pese a todo, aún no había encontrado el silencio, así pues me dirigí a la cima de una pequeña colina cubierta de roca donde la vegetación era casi nula. A medida que el ascenso se iba produciendo, el viento era más fuerte y su silbido llenaba mis oídos a tal punto de que me fue imposible gritar para hacer sentir en una extraña comunión de igualdad con él…

No, tampoco encontré el silencio en las montañas no muy lejos de la ciudad, así pues decidí ir al mar y fue el rumor constante de las olas quienes me dieron una dulce bienvenida que se fue serenando a medida que el viento amainaba pero aún así, entre los peñascos que forman los acantilados, cientos de gaviotas y otras aves marinas coreaban sin cesar en pos de su sustento… Esperé a la noche cuando las aves descansasen y de nuevo el viento, acariciando la superficie del mar, enarbolaba la batuta de una extraña sinfonía que llenaba de sonidos casi hipnóticos, todo mi ser…No, tampoco en el mar estaba el silencio…

Así pues, decidí volver a la ciudad para intentar aislarme de todo y entré en la casa cerrando tras de mí todas las puertas y ventanas y aún así, aún llegaba hasta mí un murmullo de esta ciudad que palpita constantemente como si estuviese viva… aislé la habitación, cerré los huecos y quise permanecer quieto para tener la sensación de silencio… y fue entonces cuando comencé a escuchar mi corazón que palpitaba, marcaba un ritmo que hasta entonces yo desconocía… mi corazón ya no palpitaba si no que simplemente susurraba tu nombre