Se han puesto de moda las velas. Tras años de abandono en beneficio de la electricidad, ahora es difícil encontrar un hogar donde no haya una vela que luce por y para muchos diferentes motivos
La vida de la vela es sencilla... simplemente, tras ser fabricada, “nace” justo cuando se enciende, y es justo en ese momento, cuando la vela encuentra la razón de su propia existencia...
Algunas veces, jugamos con su razón de ser, con su motivo de existir, y nos empeñamos en apagarla y encenderla una y otra vez, a nuestro capricho. Otras, simplemente las olvidamos en un rincón y sólo la casualidad nos ofrece la oportunidad de darles uso.
Pero lo más lógico, lo más extendido, lo más común, es encenderla... Cuando la luz del día es fuerte, cuando nos sentimos seguros de nuestros pasos.... es cuando la luz de la vela, la misma vela, pese a estar encendida, pasa totalmente desapercibida... pero es al caer la oscuridad, cuando la noche nos roba la luz y las sombras invaden no sólo los rincones, cuando nos aferramos a la tenue y decrépita luz de esa vela para que nos ilumine o nos conforte, para que nos traiga paz y sosiego dejando los miedos, como cuando éramos niños, tras de nosotros... es una vela de pobre luz, despreciada mientras nos sentíamos seguros, es deseada cuando las cosas no nos resultan tan fáciles, cuando no encontramos lo que necesitamos o simplemente, para que su luz, como hemos oído tantas y tantas veces, nos ilumine, aunque sea lo justo, para evitar cualquier grave percance.
La vela, sin valorar si hay claridad o penumbra, siempre está ahí, dándonos su luz sin pedirnos nada a cambio... Su luz, posiblemente triste, humilde, pobre, temblorosa, e incluso a veces nos parecería fría, es todo lo que muchos nos encontramos cuando la negrura nos envuelve y su tenue resplandor, evita el golpearnos más de lo debido con todas las cosas que hemos ido acumulando a nuestro alrededor.
A medida que pasa el tiempo, la vela, iluminando todo lo que es capaz, va cumpliendo su misión y pronto, el uso la roba la atracción geométrica con la que fue fabricada... pierde su esbeltez y gana deformidad con las lágrimas de cera derretida que terminarán por cubrirla...
Un día, reparamos nuevamente en esa vela que lleva tanto tiempo encendida que apenas nos damos cuenta de que sigue alumbrando nuestras tinieblas... y es entonces cuando reparamos en que el pábilo se agota... la cera se ha consumido... su luz se termina... pronto llegará el día en que la vela se haya extinguido y habrá estado toda su existencia junto a la nuestra, intentando poner luz a nuestro alrededor...
Siempre inalterable al paso del tiempo, su luz, muy posiblemente pobre y escasa, pero tenaz y persistente, siempre ha estado iluminando a pesar de que la mayoría de las veces, me dejaba guiar por ella, aun pensando que era el sol quien iluminaba mis pasos.