
No hace mucho tiempo comentaba con alguien sobre la capacidad que tiene el ser humano para ayudar a sus semejantes. Me resulta muy paradójico, no puedo evitarlo, el que muchas personas estén moralmente involucradas de muchas maneras para ayudar al desprotegido, bien en forma de voluntariado en organizaciones gubernamentales o no, e incluso recaudando dinero de muchas y varias formas… y sin embargo, parece que nos cuesta mucho, muchísimo diría yo, acercarnos a alguien que está llorando y preguntar si podemos ayudar. Es posible, sólo es posible que, nos es más cómodo dar unos cuantos óvolos que unos minutos
Tal vez sea que el ser humano esté perdiendo parte de su individualidad y se esté convirtiendo en una pieza social, moldeada para que forme parte de un tremendo engranaje que nos mantiene casi prisioneros y que nos mide, casi hasta las emociones.
En ese punto recordé que había un texto de George Carlin que quise recuperar por que apenas recuerdo (ese texto creo que está muy bien y seguramente lo ponga pronto) pero las casualidades me llevaron a encontrar la historia de “Canelo”.
No conozco ninguna placa ni monumento en Cadiz sobre este tema pero sí conozco las cualidades de la enorme fidelidad de muchos perros para con sus amos. En cualquier caso, el enlace de donde obtuve la información está
aquí
Hay cientos de historias que en cada pueblo se cuentan de la lealtad de los perros, la siguiente es una formidable historia que en Internet circula, misma que se dio en Cádiz, España, con un perro llamado “Canelo”. “Era una mascota que seguía a su dueño para todas partes y en todo momento. Este hombre anónimo vivía solo, por lo que el buen perro era su más leal amigo y único compañero. La compañía y el cariño mutuo los hacía cómplices en las miradas y hasta en los gestos.
Cada mañana caminaban juntos por las tranquilas calles de la ciudad cuando el buen hombre sacaba a pasear a su amigo. Una vez a la semana uno de esos paseos eran hacía el Hospital Puerta del Mar ya que debido a complicaciones renales el hombre se sometía a tratamientos de diálisis.
Obviamente, como en un hospital no pueden entrar animales, él siempre dejaba al Canelo esperándolo en la puerta del mismo. El hombre salía de su diálisis, y juntos se dirigían a casa. Esa era una rutina que habían cumplido durante mucho tiempo.
Cierto día el hombre sufrió una complicación en su tratamiento, los médicos no pudieron superarla y éste falleció en el hospital. Mientras tanto Canelo como siempre, seguía esperando la salida de su dueño tumbado junto a la puerta del centro de salud. Pero su dueño nunca salió. El perro permaneció allí sentado, esperando. Ni el hambre ni la sed lo apartaron de la puerta. Día tras día, con frío, lluvia, viento o calor seguía acostado en la puerta del hospital esperando a su amigo para ir a casa.
Los vecinos de la zona se percataron de la situación y sintieron la necesidad de cuidar al animal. Se turnaban para llevarle agua y comida, incluso lograron la devolución e indulto del Canelo una ocasión en que la perrera municipal se lo llevó para sacrificarlo.
Doce años fue el tiempo que el noble animal pasó esperando fuera del hospital la salida de su amo. Nunca fue en busca de alimento, tampoco buscó una nueva familia. Sabía que su único amigo había entrado por esa puerta y que él debería esperarlo para volver juntos a casa. La espera se prolongó hasta el 9 de diciembre de 2002, en que murió atropellado por un auto en las afueras del hospital.
La historia de Canelo fue muy conocida en toda la ciudad de Cádiz. El pueblo gaditano, en reconocimiento al cariño, dedicación y lealtad de Canelo, puso su nombre a un callejón y una placa en su honor: ‘A Canelo. Que durante 12 años esperó en las puertas del hospital a su amo fallecido.
El pueblo de Cádiz como homenaje a su fidelidad. Mayo de 2002’.”
No digo que haya personas que no sientan de igual forma, e incluso más, pero tal vez nos siga costando demostrarlo.