
Las mañanas de la ciudad siempre están llenas de prisas, pero a él no parece importarle. Ahora que el tiempo ha mejorado ya no se refugia en el metro, si no que se coloca cerca de la entrada y regala esas notas de su ajado acordeón donde los finos y delgados dedos parecían encajar a la perfección en las desgastadas teclas amarillentas y deformadas por el uso y el paso del tiempo.
Las melodías ya nos son harto conocidas, pues tiene un breve repertorio de obras clásicas y populares, y aún así, a pesar de que todos pasamos sin apenas prestarle atención, hay quien se lleva consigo su música que canturrea de forma refleja
Una pequeña caja de cartón con varias monedas de escaso valor, invita a quienes pasamos a contribuir con un óbolo a pesar de que la mayoría nos llevamos esa melodía de forma gratuita.
Ya forma parte de la ciudad, de su paisaje, de su entorno, y son pocos quienes en realidad le prestan algo de atención, pero en esta suave mañana de luces tímidas y vientos dulces, donde todo comienza a desperezarse, algo hizo que todo fuese distinto.
Un niño... no más de 8 años, llevaba una flor... se paró e hizo pararse a su madre un momento. Se quedó pensativo, mirando cómo aquellos gestos repetitivos, arrancaban notas engarzadas entre si, rompiendo el monótono sonido de la ciudad... Sonrió... se acercó y depositó la flor en la caja de cartón... Ambos se miraron, se sonrieron y la música no cesó, pero todos quienes fuimos testigos, recibimos una sonrisa extra en esta mañana donde comienza el mes de julio...