
Cuando era un niño, apenas con 11 años, recuerdo que estuve en la biblioteca del colegio y cogí uno de aquellos libros que hablaban de las extintas “Ciencias Naturales”. Eran libros humildes, de textos pobres y escasas fotos, pero si había ilustraciones realizadas por experimentados y anónimos dibujantes.
Una de aquella lámina, dibujada con plumilla, representaba una escena que se me quedó grabada como si hubiese sido a fuego en mi memoria. El dibujo de un pangolín gigante sobre una tumba realizada con un montículo de tierra y una rústica cruz de madera, rodeada de salvaje vegetación, mientras que dos personas ataviadas con ropas de expedicionarios, se alejaban de aquel lugar con aparente apatía.
En esa edad, con la cabeza casi vacía (no ha cambiado mucho desde entonces) y comenzando a digerir las aventuras increíbles descritas por Salgari o por Verne, aquellos hombres entre la jungla, abandonando a su compañero fallecido en lo que era un acto tan lógico como cruel, eran los estereotipos del héroe que los niños llevan dentro, descubriendo mundos incógnitos y viviendo esas aventuras donde el peligro no llegaba a existir…
Sin embargo, también se quedó adherida la idea de la muerte, tal vez, por que también descubrí bajo aquel rústico dibujo de plumilla, que la vida es finita y que tarde o temprano, hemos de abandonarla
Años después, bastantes años después, un texto de Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto, más conocido como Pablo Neruda, me descubrió que la vida es tan sólo un camino sin distancia y que a pesar de conocer el punto de partida, desconocemos en qué momento dejaremos de caminar…
Durante mi camino, he conocido a muchas personas… ya lo he comentado en varias ocasiones… la mayoría de ellas, personas que apenas hicieron mella en mi camino y otras que, pese a su ausencia, se han quedado conmigo para siempre… por ellas mismas, por sus obras, por su dedicación, por que las personas, pese a todo, son maravillosas…
Cuando el camino cambió el tórrido crecer de la adolescencia por un suave viaje entre meandros de la madurez, es cuando parece que se dispone más tiempo para disfrutar del viaje… Tal vez por que en lugar de querer mover el mundo, me conformo con caminar a lado… tal vez por que ya no me preocupo por querer alcanzar el horizonte, y sin embargo disfruto de su belleza en la lejanía… tal vez por que ahora siento las sonrisas de quienes aprecio como los mejores regalos que nadie pueda darme, ya que siempre, su regalo, está lleno de cariño…
Pero también suelo cometer errores, y a pese a que cuando soy consciente de ellos suelo disculparme, pero como ya dije antes, nunca sé si mañana existirá el camino a recorrer o habré llegado al final.
Así pues, aprovechando esta época de felicitaciones, siempre suelo hacer un poco de recuento, y aquí, entre tantas letras, entre tantas ideas y comentarios, entre tantos secretos entre líneas, sé que también he podido molestar a alguien… por haber dicho, o por haber callado… por acción o por omisión… por querer más de lo que me daban o por no haber sabido dar lo que me pedían… simplemente, por haberme equivocado… perdón.