
Los fiordos noruegos siempre han sido una especie de imán y la curiosidad de poder verlos, siempre ha sido un aliciente para aventurarme en algún viaje y poder disfrutar de su contemplación. No voy a ensalzar la belleza de los mismos, y más aún en el tiempo de otoño cuando el viento helado ya recorre aquellas inmensas paredes mientras que el agua, casi negra e impresionante por la profundidad que tiene, exhala un gélido vaho que cuando el tibio sol del norte se pone, se introduce por todos los poros del cuerpo.
Así pues, en cuanto tuve la posibilidad, me apunté a un viaje de esos programado, todo incluido y donde la mayor parte del tiempo se consume en el interior de autocares, aviones, trenes, salas de espera y si hay suerte, seis horas en un hotel para intentar descansar y tomar una ducha, siempre, claro está, que haya ducha y el agua funcione…
Con esas premisas, me aventuré a lo que a priori era uno de los viajes más deseados que siempre había soñado y que comenzaba a hacerse realidad… Maletas, nervios y carreras me acompañaban a la hora de llegar al aeropuerto y coger el primer transporte que me llevaría a la tierra de los vikingos.
Tras casi un día completo de viaje, llegué a un pequeño pueblo costero, de nombre casi impronunciable, donde parecía que el tiempo se había detenido hacía unos cuantos años y las estructuras de los edificios, no daban lugar a dudas de donde estábamos.
En la cena, ya la vi. Su estatura, algo superior a lo normal, la hacía resaltar por encima de quienes allí estábamos, y su larga melena de pelo negro azabache refulgía con una intensidad que era imposible no advertirla. Durante un brevísimo instante nuestras miradas se cruzaron y mientras la de ella siguió camino, la mía intentó retener la imagen de aquellos ojos negros y brillantes que rebosaban vida.
Tras unos pocos días recorriendo los pueblos costeros e incluso los del interior, siguiendo la línea del ferrocarril de Flamsbana, y disfrutando de todo ese encanto peculiar que surge de descubrir un mundo totalmente distinto, llegamos a nuestro destino, el fiordo de Sognefjord, donde un pequeño crucero ya nos aguardaba para el momento cumbre de nuestro viaje.
Habíamos coincidido en alguna ocasión en los momentos de las comidas, y ella siempre se mostraba feliz dentro del pequeño grupo que la acompañaba, y aunque yo me había fijado en ella, resultaba evidente que yo era un completo desconocido y casi invisible, pero en aquella ocasión, todo cambió.
En un inglés bastante más fluido que el mío, y con una sonrisa que eclipsaba al tímido sol noruego, me preguntó si le daría tiempo para hacer unas compras y yo, mirando el reloj, calculé que el ferry saldría en unos 45 minutos, así pues, convendría que se diese prisa. Ella, sorprendentemente, me invitó a acompañarla para asegurarse de que no se demoraba más de lo debido, y dado que no había otra cosa que hacer, acepté de sumo gusto.
Un par de vestidos, un extraña figura de madera y una caja de galletas fue todo lo que con sumo desparpajo y fluidez, pudo comprar en tan breve tiempo y mientras, su conversación fue haciéndose más y más fluida e interesante. Continuamos hablando al embarcar y yo bebía de sus palabras. Sus historias me descubrían a cada instante un mundo desconocido pero soñado y tantas veces intuido.
El crucero comenzó entre una breve bruma que seguramente terminase en una cerrada niebla en la mañana, pero nosotros seguimos con ese diálogo tan cómodo que tenía la sensación de que éramos amigos desde siempre y sólo estábamos poniendo al día. Al cabo de un rato, le pregunté si le apetecía tomar algo, y mostrándome su sonrisa, me miró a los ojos y me dijo: “sí, pero antes…” y me besó.
Todo lo demás, ocurrió sin orden y sin control… Durante 36 horas estuvimos amándonos y sin habernos propuesto nada, descubrimos un mundo nuevo.
Llegamos al final del crucero y tuvimos que, de forma obligada, recuperar la calma… Nuestros caminos se volvieron a separa y nos despedimos, con tímido beso, sabiendo que sería la última vez que nos veríamos… las lágrimas nos acompañaron hasta llegar a nuestro destino y desde entonces, sueño con hacer un crucero por los fiordos noruegos, por que para el que no lo sepa, yo nunca he estado en Noruega, y es posible que tampoco ella lo conozca… pero es allí, justamente allí, donde comenzó esta historia…