
Tras un intenso fin de semana de amor y pasión, nos tocó abandonar el lujoso hotel de la costa y volver nuevamente a enfrentarnos a la vida cotidiana en nuestra ciudad.
El viaje no fue en absoluto pesado, pero la distancia nos obligó a hacer un par de paradas. En la última, Silvia fue al baño y al poco, profirió un grito que congeló a la poca clientela que allí estaba, arremolinándose una vez repuesta de la impresión, en torno a la puerta del baño de señoras, donde la dueña del establecimiento, se había apresurado a entrar
Al poco, Silvia salió pálida y con la cara desencajada… me miró a los ojos, con el terror reflejado en su mirada… “Una cucaracha” me susurraba mientras intentaba arrastrarme fuera de allí
Durante un largo rato, no supe que decir, tan sólo alcanzaba a abrazarla y tomarla de la mano, esperando que aquello se le borrase pronto de la memoria…
Poco antes de llegar a Madrid, le dije: “imagina que eres una alegre sardina, y que vives nadando feliz en el mar (el lector, en opción, puede añadir sonidos de cancioncillas infantiles para darle mayor énfasis a la escena) y en esto, te das cuenta de que se te echa encima un barco enorme… ¿Qué pasaría entonces???”
Pues eso…