Llueve… por fin, tras varias semanas de intensa sequía, las nubes, preñadas del líquido néctar de la vida, han comenzado a repartir su mágico contenido por ciudades, campos y cualesquiera terrenos que existen en nuestro país… Seguramente no sea mucho, ni sirva para paliar la sequedad de nuestros terrenos que ansían y necesitan de agua.
Hoy, mientras escribo esto, miro sin verme a ese espejo mágico del alma y me encuentro con el reflejo de la sonrisa de la satisfacción de haberse cumplido un pequeño pero importante deseo…
La calles mojadas, arrastran el frescor del viento, y cubiertas por el mágico manto, lanza infinitos reflejos mientras la gente, sigue corriendo amparándose en paraguas que protejan sus peinados y sus ropajes…
Me gusta sentir el agua en mi piel… sentir como escurre por mis mejillas, como gotea por mi pelo, como moja mis manos… me gusta ese aroma de humedad que no sabría describir, pero que sólo en días de lluvioso otoño, queda impregnado el aire que lo lleva a todos los lugares… o ese otro más lejano y característico de las tormentas de verano donde el calor de la tierra es arrancado y repartido en dulces gajos que impregnan los cálidos atardeceres….
Hoy, un día de otoño en mitad del invierno…





