
Continuamos fundidos en un abrazo... tus ojos brillaban y tu sonrisa irradiaba felicidad... sentí que me estaba mirando en un espejo...
Acariciando tu desnuda espalda, susurré con tu mismo aliento... "te sueño"
Faltaban pocos minutos para la hora en que teníamos mesa reservada, así que aceleramos un poco el paso para ser puntuales.
Al llegar, nos recibieron muy cordialmente y nos condujeron hacia nuestra mesa, en un sitio no muy discreto pero tampoco excesivamente bullicioso.
Al mirar la carta, pude leer:
“Mariscos de Galicia”
“Carnes del Guadarrama”
“Verduras de Levante”
“Pescados del Atlántico”
“Brochetas de papaya y kiwi”
“Vinos de Rioja y Valdepeñas”
“Postres y dulces típicos de Madrid”
Y así entre varios similares platos
Tras pedir, y mientras nos servían, nos estábamos bebiendo unas cervezas alemanas, y pude ver de soslayo, en el trajín de abrir y cerrar la puerta, como se movía el personal en la cocina… prácticamente todos, orientales… Me fijé luego en los camareros de la barra, quienes a mi entender eran marroquíes o al menos su tez era muy similar, mientras que las camareras, prácticamente todas eran sudamericanas.
Seguimos esperando y entonces apareció en la televisión un reportaje sobre “Ferrari”. Fue en ese instante cuando me di cuenta de que podía haber cometido un error y me entró el pánico… dejé a todos sentados en la mesa y salí apresuradamente para cerciorarme… Sí, afortunadamente, todo había sido producto de las casualidades… allí fuera, bien iluminado, lo decía bien claro: “Casa Aurelio. Restaurante típico Asturiano”
La ciudad sigue sumida en la niebla que parece ocultar todo lo que no es importante
El semáforo en rojo. Detengo el coche
Surge de un extremo un malabarista. Es un pase casi privado, no hay nadie más
Los malabares se le escapan y terminan por el suelo
Con cara de asombro y gesto de mimo, me interroga con la mirada
“No lo entiendo”
Sonrío… imposible resistirlo
Le doy una moneda
Sonríe
Al unísono nos despedimos con la misma frase
“Que tengas un buen día”
Miro por el espejo…
Espera su próxima tanda de coches en una calle aún poco transitada
Me reitero
“Que tengas un buen día”
Continúo sonriendo
Hoy, la niebla ha llegado a la ciudad, y como si de una serpiente se tratase, la ha ido engullendo lentamente, despacio, sin prisa, sin pausa…
Lentamente, la ciudad ha quedado aprisionada en esas nubes bajas que invitan a permanecer en casa, que juegan algunas veces para hacernos perdernos entre calles no muy conocidas o a recordarnos que la prudencia en la carretera es más esencial que de costumbre.
Hoy, la niebla forzó a un sol cansino y perezoso a intentar iluminar la ciudad… tan sólo pudo pintar el cielo que otrora se mostrase azul, en una perlada cúpula, que a pie de calle, se rompe por el reflejo difuso de las farolas que aún permanecen encendidas.
Las luces de las casas se alternan y como una gigantesco mosaico navideño, se encienden y se apagan si un ritmo ni frecuencia, hasta que la luz del día consigue apagarlas, casi por completo.
La ciudad se pierde en la niebla y en cada casa, en cada persona, resurgen sensaciones distintas… la ciudad, el barrio, la calle, se ha tornado en un inmenso crisol de sentimientos y sensaciones variopintas, multicolores, como una increíble orquesta donde todo encaja sin que nadie lo sepa… Unos son felices, otros son tristes, otros, no lo saben…
Imagino a la gente que mira por las ventanas, mira la niebla y calla sus verdades… unos, por miedo a herir, otros por que consideran que su verdad es demasiado simple y poco valiosa, y otros, otros muchos, simplemente por que no tienen a quien decírsela…
Pero tal vez a la tarde, la niebla se disipe… el sol, aún cansino, teñirá de azul la cúpula que cubre la ciudad, antes de que los anaranjados del ocaso tornen en un mundo multicolor el atardecer que antecede a la noche… luego la ciudad volverá a despertar de su letargo matutino y reemprenderá el camino de la diversión y la gente dejará sus verdades en la casa y saldrá a la calle a compartir ese momento, o tal vez a encontrar a alguien que esté dispuesto a escuchar… la calle cobrará la vida que el día no puede darle… o tal vez la vida que la niebla oculta.
Teresa me atrapaba en su mundo como la miel a las moscas… no podía ni quería desprenderme de ese hechizo que me aun de forma consciente, sabía que me dominaba en todos los más amplios sentidos de la palabra… Mientras estaba descansando, ella se me acerco y al oído, entre besos y caricias, me dijo que tenía hambre.
Entre la niebla y la noche, apareció el reflejo de las luces del bar, y allí me dirigí. Cansado y algo perdido pues no sabía muy bien qué dirección tomar, opté por detenerme, y recolocar un poco mis ideas.
El bar estaba tranquilo, aunque el mal tiempo había congregado a bastantes parroquianos. Pregunté mientras tomaba una cerveza, como se llegaba al centro del pueblo y el camarero me dio las pertinentes explicaciones.
Cuando llegué allí, el frío era intenso y no había casi nada abierto así que me dirigí al bar que parecía tener más movimiento y me sorprendió gratamente que, en un espacio tan pequeño, pudiese caber tanta gente. Por un momento me recordó a esos bares de carretera que suelen aparecer en las películas americanas.
Pedí un bocadillo y una cerveza y miré al personal… había, como en casi todos los sitios, de todo tipo… Pronto me fijé en una pequeña morena que estaba junto a otras dos chicas. No es que fuese guapa, pero parecía simpática. Me acerqué a ella y le pregunté si era de allí, lo cual me confirmó con una sonrisa. Le pregunté donde podría hospedarme aquella noche y pronto estábamos inmersos en una conversión muy grata.
No tardé mucho en dejarme llevar por la situación y mis primeros besos encontraron respuesta, al igual que mis caricias, por lo que le pregunté abiertamente si quería ir a otro lugar más tranquilo, a lo que no se negó a pesar de que tampoco lo afirmó como me hubiese gustado.
Cuando nos sentamos en el coche, el festival de besos se tornó más salvaje y mi boca recorría no sólo la suya, si no todo la piel de su rostro, de su cuello, de su pecho… desabroché su camisa y su sujetador de encaje negro y rojo me dijo que estaba dispuesta a pasar la noche conmigo.
Sin dudarlo un instante me incorporé en mi asiento y me la llevé conmigo a mi casa…
El viaje fue grato y tranquilo, entre bromas y charlas serias… se pasó muy rápido y nada más cruzar el umbral de la puerta, me abracé a ella y nuevamente la serenata de besos calló su piel, pero esta vez sin el cuidado de que alguien pudiese estar viéndonos…
Como pudimos llegamos al dormitorio donde terminé de desnudarla y comencé a darle un pequeño masaje entre el cuello y los hombros… luego las manos, los pies… mi boca tampoco descansaba y recorría de forma metódica los pliegues de su piel…
Cuando noté su gran excitación, le susurré al oído que iba a probar algo que estaba seguro que nunca había hecho y ella, presa del deseo, sonrió pícaramente…
Saqué unas cuerdas que ya tenía preparadas para esas ocasiones y comencé a atar sus manos a los barrotes del cabecero de la cama… ella se dejaba hacer y yo mientras, seguía recorriendo su cuerpo con las manos… con la boca…
Luego até sus pies con el mismo cuidado y una vez que estuvo inmóvil, me tumbé sobre ella lleno de excitación y deseo, y la besé con toda la intensidad que era capaz…
En ese momento, llamé a Teresa y ella apareció con un cuchillo y un delantal sucio de sangre seca… aquella chica, al darse cuenta, chilló con todas sus fuerzas, presa del pánico que llegó a sentir…
Yo, me agazapé en un rincón y miraba aquello que había visto hacer a Teresa muchas veces… cortó un pedazo de carne del muslo de la chica para ir comiéndolo poco a poco mientras hablaba con ella…
La chica no se percató de ello… se había desmayado presa del miedo, no del dolor… siempre pasaba lo mismo…