El fin del camino es justo aquel en que
tú das el último paso.
Un días más, van cogidos de la mano,
andando despacio, sin prisa aparente. Para uno, el tiempo ya se
detuvo hace mucho, para el otro, el tiempo es un lujo que debe
administrar con cuidado.
El silencio apenas se rompe con vagos
recuerdos de un pasado lejano y totalmente inconexo. Uno, piensa en
lo que hizo ayer, y lo que ha de hacer mañana... pasean en silencio,
unidos y juntos, pero el tiempo ha conseguido doblegar su voluntad y
ha convertido un acto de cariño en una rutinaria obligación que
parece formar parte de su propia vida... El otro, simplemente pasea
y su silencio oculta no se sabe que misterios... Unos dicen que nada,
que no siente nada...
Uno recuerda cuando aquello comenzó y
las tardes de oratoria que le dedicaba... hablaba de lo que era, de
lo que no, de cuando todo volviese a ser como antes... Nunca lo
sería, nunca ha sido igual que antes ni volverá a serlo, y todo se
centra en una extenuante espera, o en un casi imposible milagro
El paseo ya es conocido, tanto que
parece que ninguno de los dos es consciente de que sus pasos son
guiados por un recorrido tan conocido que ya no causa interés, y que
el recorrido está próximo a si fin.
Las ideas están lejos de allí y no...
nadie se siente culpable por no entregar un amor que otrora se
comprometiese... el cansancio hizo mella hace tiempo y otros nuevos
problemas han ido sustituyendo a la obligación de no olvidar a
quien, sin quererlo, nos olvidó
A última hora de la tarde, cuando todo
aquel rutinario ritual llega a su fin, cuando la vida vuelve a correr
fuera de los pasillos del hospital, es cuando sus miradas se cruzan y
justamente es en ese momento cuando ninguna palabra es necesaria, ya
que durante un mínimo instante, las miradas se brillan entre
imposibles lágrimas en los ojos de ambos y delata que pese a la
rutina, a los silencios, a las obligaciones y al cansancio acumulado,
ambos se siguen queriendo... y mañana seguirá el ritual
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