miércoles, 20 de abril de 2011

Olores

Una pequeña semilla es capaz de hacer germinar el más alto de los árboles.

Quiero pensar que las ciudades tienen un olor característico, un olor que, como cualquier otra peculiaridad, las distingue a unas de otras… No huele igual una ciudad costera que una de interior y tampoco una del norte que una del sur…

A pesar de que muchos de nosotros no solemos dar excesiva importancia al olfato, este nos mantiene sobre aviso constantemente sobre lo que nos podemos encontrar, y sinceramente, para mí resulta un placer añadido el pasear por algunos barrios del viejo Madrid donde las puertas de las clásicas tiendas del barrio desprenden con sus movimientos sus propios efluvios… Así, sin percatarnos, el aire se inunda de olor a fritanga cuando pasamos por un bar, o de jabón cuando es la droguería, o de ese olor de asepsia cuando cruzamos ante la farmacia, o el dulzor de la pastelería, o el grato olor del pan recién hecho que a falta de tahonas, nos regalan algunos hornos, o el de vapor en la tintorería, o el inconfundible olor de perfumes en la perfumería, o el inevitable olor a mar en la pescadería, o ese olor a frescura en la tienda de flores, o el papel en la librería…

Pero la ciudad tiene otros muchos olores que marcan su característica… los humos de los coches que se mezclan con el aire de la sierra y llenan todos sus huecos, el olor a multitud en el metro o en las calles, el olor a agua cuando pasamos cerca de alguna fuente, o ese otro menos agradable a orines o basura que rezuma desde un rincón escondido…

La ciudad se viste de fiestas o no, pero casi siempre huele de la misma forma… Al igual que una persona, su identidad queda unida a su aroma de forma inamovible y al igual que una persona, puede intentar esconder o camuflar su propio olor con algún otro que sea circunstancial…

Este es el caso de mi ciudad, donde a su aroma característico se le unen los propios de la pascua… No se trata de creer o no, si no de tradiciones arraigadas en nuestra cultura que muchos siguen con devoción y pasión… y así, por la ciudad, también se desperdiga el olor de mantillas y capirotes, el olor de velas encendidas y sudor de procesionarios, el olor del aliento que canta devoto y del que canta feliz en una celebración… y el olor de torrijas, de rosquillas, de chocolate, de churros… y el aroma de la lluvia, de la tormenta, del polen dulzón que se pierde en los regatos del agua buscando el desagüe o el del verdín del césped recién cortado que el fresco se encarga de ensalzar…

Después llegará el tiempo en que las flores inunden de sus fragancias en vano intento de ocultar el resto… sólo en los jardines lo conseguirán… o cuando la canícula arranque el polvo de la tierra y la tormenta consiga ese “olor a tierra mojada”… cuando las noches de verano el aire se llene de sequedad y los jardines de la ciudad se conviertan en deseados vergeles… eso, ya llegará a su momento


2 comentarios:

Unknown dijo...

Te lo juro, te lo juro, ja, ja, ja.. acabo de publicar mi entrada y va de lo mismo que lo tuyo con otro estilo..

este es mas reflexivo y mas sentido...

y me gusta..

que curioso hemos pensado en lo mismo

He venido sobre todo a decirte que estoy de vuelta y a darte

las gracias una vez mas..

por dejarme publicar tu bonito relato y por dejar llevar en mi Mirada tu relato de tacones.

gracias amigo.. de corazón.

Un beso

Anónimo dijo...

En abril mi pueblo huele a las hojas de los álamos que se vuelven doradas y se mueren por saltar al vacío en caída libre. Huele al viento que anuncia la llegada inminente del frío y a recuerdos del pasado, a ese momento exacto en que elegí venir a vivir a este lugar.

Benditos sean los olores =)