sábado, 9 de agosto de 2008

Venganza

La mayoría de las veces, justifico mis acciones y omisiones, con la generalización de que “es lo que todo el mundo hace”

Creo, sinceramente, que algunos sentimientos están tan íntimamente ligados al ser humano, que, precisamente, es lo que nos hace humanos.

La venganza, un sentimiento de esos que no nos gusta mantener como si de una tormenta de nieve y viento fuese en una noche de frío invierno, pero que algunas veces, nos recorre el interior deseando poner fin y salir victoriosos de esa sensación que nos ha producido un cierto ridículo, un cierto bochorno o que simplemente, ha dejado al descubierto nuestra debilidad humana y nos saca los colores al colocarnos en la evidencia de nuestro error (“errare humanum est”) y pese a todo, incluso de forma velada, en el refranero castellano, se nos incita de alguna manera, a mantener esa venganza, o al menos la justifica: “arrieros somos, y en el camino nos encontraremos”, “a quien hierro mata, a hierro muere”, “quien ríe el último, ríe mejor”, “a todo cerdo, le llega su San Martín”, o el más popular de “ojo por ojo…” (a pesar de que este último es el código de Hamurabi, suele mantener toda su vigencia) y no entro en mayores polémicas que justifiquen (que seguro que excusas y motivos encontraremos por doquier)

Hoy, quiero contar una historia que ocurrió, según parece, en Paris hace algo más cien años. El protagonista, al que las crónicas de la época le conferían el nombre de Aniceto, era un hombre afable, trabajador, noble y sin él saberlo, muy romántico. A principios del siglo pasado, aconsejado por un familiar, y movido por el afán de conocer un mundo totalmente distinto, y dicho sea de paso, se abandonar las miserias que la vida le confirió en ese extraño reparto de destinos, tomó sus pocas pertenencias y despidiéndose de sus padres y hermanos, dejó su Castilla natal para dirigirse a Paris.

En París, una ciudad que crecía de forma extraordinaria en aquella época, cualquier persona trabajadora podría encontrar un porvenir y allí se juntaban personas de casi cualquier punto conocido del mundo civilizado. Aniceto pronto encontró trabajo en la construcción y al cabo de dos años, se había forjado una reputación como profesional de buena calidad, lo que llevó a entrar en el grupo de trabajo de la catedral. Allí, se habían descubierto catacumbas y varios soterrados más que estaban siendo restaurados al paso que los científicos se dedicaban al estudio de aquellas construcciones, y por ello se había puesto especial cuidado en escoger a los mejores profesionales y Aniceto estaba entre ellos.

Al poco de comenzar a trabajar en la zona catedralicia, conoció a Justine, una bella tabernera de la que quedó prendado y a la que a la que intentaba enamorar, pero Justine tenía unas miras más amplias y para ella, Aniceto, no era si no un buen amigo en quien podía confiar y con quien compartía muchas risas, mucho vino y alguna noche… ella estaba, en secreto, enamorada de un descocido joven que, en un ambiente bohemio, intentaba forjarse nombre y porvenir, y dejar constancia de su paso por la vida impreso en sus cuadros que, siendo escasos, tampoco eran populares.

Un día, en el fruto de la casualidad y resultado de la coincidencia, Aniceto descubrió en la mirada que Justine dedicaba al bohemio pintor quien desde su mundo particular dedicaba algunos poemas y regalaba sueños a la tabernera, que ella no sería nunca otra cosa que lo que era y fue entonces cuando su corazón quedó tan partido por el dolor, como Paris estaba partido por el Sena y en ese momento, juró venganza. La venganza, según dicen, es un plato que se sirve frío y por lo tanto, comenzó a forjar un plan para deshacerse del pintor y conquistar el amor de Justine y pese a todo, intentó que esa idea pasase desapercibida para todos, hasta que llegase el momento.

Habían pasado algunas semanas, y en su condición de trabajador especializado en la catedral, tenía algunos pequeños privilegios pues gozaba de prestigio y de la confianza de los capataces y encargados. Aniceto había ido preparando lenta, pero concienzudamente su venganza.

El día en el que ya estaba todo listo, se hizo el encontradizo con el pintor y le explicó las maravillas que se habían descubierto entre los oscuros pasadizos repletos de restos y que muy pocos tendrían la posibilidad de contemplar, ya que todavía habría mucho por descubrir y serían muy pocos quienes pudiesen contemplar tales maravillas. Entre vinos y explicaciones de la que allí había, Aniceto convenció a su rival para visitar las catacumbas en horas poco convenientes, con la excusa de pasar desapercibidos al resto de trabajadores y así poder contemplar todo con más calma

La noche del día de San Emeterio, cercana ya la primavera, y comenzando a despertar la niebla que salía a pasear desde el río, ambos hombres se introdujeron por una pequeña puerta de un edificio anexo a la catedral y que les condujo a un largo corredor donde se encontraban varias puertas. Tras una de ellas, encontraron una pequeña sala y tras cruzarla, se encaminaron por otro corredor, una nueva puerta, escaleras que bajaban y así unas cuantas vueltas hasta que el conjunto de la construcción había pasado de un sólido y laborioso trabajo, hasta un rústico y basto trabajo sobre roca y rematado con adobe, arcilla, y lo que quedaba de algunas maderas podridas por efecto del tiempo y la humedad que rezumaba de aquellas frías paredes…

La tenue iluminación de las lámparas de petróleo, no era suficiente para contemplar todo lo que allí existía, y por ello, el pintor, sorprendido más que maravillado, no hacía si no preguntar qué es lo que allí había.

A medida que avanzaban comenzaron a aparecer los primeros cuerpos embalsamados de forma rústica y las cuevas se convertían en una red de pasadizos, salas, pasos y accesos, que eran un auténtico laberinto…

El pintor, un tanto agobiado y habiendo dejado atrás el efluvio del vino que le iba dando mayor certeza de lo que ocurría, comenzó a sentirse inquieto y no dejaba de preguntar a Aniceto sobre qué era exactamente lo que habían ido a contemplar. El ambiente húmedo y frío, el hedor insufrible de tantos años sin renovación de aire, en un ambiente tan lúgubre, no era precisamente para sentirse calmado.

Al llegar a una especie de pequeña sala, Aniceto acercó la luz a una pequeña apertura donde con la claridad, se observaba que era lo suficientemente ancha como para que pasara una persona. Ambos pasaron dentro y no encontraron si no otro conjunto de pequeñas salas y hornacinas con restos óseos… En un momento determinado, Aniceto se adentró en otra sala y encontró lo que buscaba… ladrillos, argamasa y herramientas de albañil… Sin demora alguna, colocó la lámpara en lugar cercano y comenzó a tapiar la angosta apertura… poco a poco, con delicadeza de un profesional, aquel muro iba clausurando el paso, y dividía lo que era la vida de la muerte… Finalizó su obra y se sintió orgulloso de su trabajo… el conjunto de las sombras que existían en aquel laberinto harían que su obra pasase desapercibida, salvo que alguien revisase las paredes con un detenimiento que sabía que no harían. Durante un largo rato, horas, se quedó mirando el muro y observando como fraguaba y se iba endureciendo pese a la inmensa humedad… quería estar seguro de que el pintor no lo encontraba y lo demolería cuando aún fuese posible, intentando salir de aquel laberinto… No sabía cuánto tiempo había pasado, pero Aniceto, cansado y excitado, sabiendo que su venganza se había consumado y que el pintor no volvería a robarle protagonismo, se alejó del lugar, mientras su lámpara apenas daba ya luz por el consumo del petróleo

Dos días más tarde, las cuadrillas volvieron a trabajar, encontraron el cuerpo del pintor, lleno de magulladuras y exhausto… Relató lo sucedido tal y como lo recordaba, y todo el mundo se dedicó a buscar entre aquel laberinto a Aniceto, hasta que a los pocos días, decidieron que, simplemente, había abandona Paris, ya que nadie lo había visto

Siete años más tarde, y continuando las excavaciones, encontraron una pequeña fisura que parecía haber sido cerrada desde dentro… nadie imaginaba que es lo que podía esconder, pero pronto se supuso que, lógicamente, debería comunicar con algún otro lugar y que aquello era una nueva salida, por que el arquitecto, con el beneplácito del cardenal, mandó derribar aquel muro… Una vez dentro, no encontraron si no una pequeña galería con varias salas donde las hornacinas recogían, como ya era habitual, cuerpos momificados, pero… en un rincón, en una posición de espera, de eterna espera, se encontraba el cuerpo momificado de Aniceto, junto a la lámpara de petróleo y a las escasas herramientas que había usado para cerrar la tapia… lástima que él se quedó del lado equivocado.

8 comentarios:

dijo...

paso a saludarte...
la venganza es terrible, pero aveces libera.
No acostumbro a usarla...
besos

Luna Azul dijo...

No me gusta la venganza pero que satisfacción sería saber que quien la hace la paga.
Un abrazo y feliz domingo.

belona dijo...

Se quedó en el lado equivocado, eso nos pasa muchas veces en nuestra vida cotidiana. En el caso de Aniceto... me alegro!
No es que sea muy mala malísima....pero me suelo alegrar de las equivocaciones de mucha gente, si es que se las merecen.
Ha sido muy bonito el relato.

Manuela Fernández dijo...

La venganza en el amor es algo ilógico, por un lado porque nadie puede "convencer" a otra persona de que sienta por ti lo que tú desees,por otro porque si le quieres de verdad lo suyo es que quieras su felicidad contigo o sin ti. Sin embargo de todos es sabido que el amor es un sentimiento tan grande y poderoso que puede llevar a quien lo siente incluso a sobrepasar los límites de la dignidad y de la cordura.
Un saludo.

Ericarol dijo...

yo nunca me he vengado de quienes me han hecho mal, me sobra imaginación para cobrármelas, pero nunca me convenzo de que sea lo mejor, asi que asi lo dejo. ganas no me faltan. buena historia. gracias por compartirla. y gracias siempre por tus comentarios en mi blog. siempre apreciados. un beso.

Lorena dijo...

La venganza...cuánto daño puede llegar a hacer el odio y el rencor. Un besazo

Anónimo dijo...

La venganza es inútil en la mayoría de los casos en que el ser humano la usa. Nunca remedia el daño hecho y deja un gusto amargo.

Ojo por ojo y todo el mundo quedará ciego, dijo Gandhi.

PIZARR dijo...

Vaya... en el fondo podríamos decir que como la venganza no es buena consejera, Aniceto recibió e su propia medicina.

No me gusta la venganza, además siempre he epnsado en una especie de justicia universal, cósmica, que en algún momento de nuestra vida, acaba poniendo las cosas en su sitio.

Por otro lado creo que perjudica más a quien padece ese sentimiento que al destinatario del mismo.

Un beso buho, me ha encantado este relato.