miércoles, 28 de noviembre de 2007

Montecarlo

No me sorprendió en absoluto ver un pequeño grupo de automóviles Ferrari cuando me acercaba a la ciudad. Mónaco siempre había destacado por sus lujos, su glamour, sus fiestas y por ese esplendor que caracteriza al mundo del dinero.

Allí había gente de todo tipo y nadie sabía a que se dedicaba cada uno, pero todos conocían, al menos hasta el interesante punto que debían conocer, lo abultado de las cuentas corrientes, las carteras de acciones o las propiedades que acompañaban a cada rostro y que eran, más que los nombres en sí, quienes abrían las puertas de las continuas fiestas y celebraciones que allí tenían lugar.

La ciudad no desentonaba con ese mundo sólo conocido por mí desde algunos reportajes, varias películas y las informaciones que habían llegado, casi de refilón, pero que eran la imagen continua de un pequeño paraíso... Yates engalanados con luces multicolores y música suave, donde se invitaba sutilmente, a un descanso que apenas sería capaz de imaginar... En las calles, flamantes automóviles de lujo, como si de una colección se tratase, desfilaban continuamente o se encontraban estacionados a las puertas de los establecimientos más renombrados y deseados, cuyos clientes, nunca preguntaban el precio de las prendas o los objetos que deseaban, limitándose a abonarlos con la indeferencia que el poder económico facilita.

Aún asombrado por el derroche de un mundo que, obviamente no era el mío, opté por dirigirme al hotel y desde allí llamé a mi cliente para informarle de mi llegada, y tras confirmar la hora de nuestra cita, debido a que tenía mucho tiempo, me dediqué a conocer un poco la ciudad.

Faltaba algo más de dos horas para nuestro encuentro, pero cansado, y no lo niego, un tanto abrumado por aquella ciudad de riquezas ajenas, me dirigí al bar del hotel donde habíamos quedado y me acomodé tomando un café a revisar por enésima vez la oferta y ojear el periódico que allí encontré.

Fue justo en ese instante cuando me percaté de ella. Sentada en la barra, en actitud de espera, estaba con un largo vestido negro que irradiaba una sensualidad desconocida para mí. Sus ojos oscuros parecían querer competir con la noche y sin embargo, su radiante sonrisa era pura luminosidad. Su rostro, tal vez aniñado, pero dulce y sereno, la dotaba de esa belleza que sólo en un mundo de sueños como aquel podría darse, y su piel, mostrada en plenitud por ese vestido que, sin ser ceñido se ajustaba con precisión matemática dejando ver casi todo, y ocultando con celo esas partes que el lugar invitaba a que permaneciesen cubiertas.... No pude dejar de mirarla y ella, coqueta y presumida, se sabía mirada y me devolvió la suya, con un cierto aire de desafío, segura de que terreno pisaba, pero al tiempo, acompañada de una dulce sonrisa, casi pura e inocente...

Durante un largo rato, estuve allí intentando concentrarme en mi cometido, pero sin poder dejar de mirarla, al tiempo que ella, sin llegar a ignorarme, se mostraba distante y siempre en esa espera que, como la mía, parecía no tener fin.

No sé de donde saqué las fuerzas, ni tampoco recuerdo que es lo que hice para acercarme a aquella venus arrancada de la más sublime inspiración de los artistas griegos, pero cuando reaccione, estaba frente a ella preguntando si deseaba compartir un café conmigo. En un correcto inglés aceptó y mantuvimos durante un rato una entretenida conversación sobre nada en particular, y al poco, mi mano estaba en la suya...

Me olvidé por completo de mi cita y de la suya, del lugar y del tiempo, sólo existía ella en mi mente... era la primera vez que algo así me ocurría y no quería que el destino me lo arrebatase antes de tiempo, así que venciendo mi abultada timidez, le pregunté si deseaba acompañarme a cenar esa misma noche... Ella, sonriendo pícaramente, me soltó la mano y acariciando mi rostro como jamás me habían acariciado antes, me respondió: “son 10.000 Euros el día completo”

El lujo sólo cambia en el precio...

2 comentarios:

Isabel dijo...

Genial,Pablo;estás que te sales últimamente.(Y no pienses mal...)jajaja ;-)
Un post muy bueno,también lo vamos a tratar en la camilla uno de estos días,el tema será "el dinero a veces da la felicidad",aunque sea momentánea.
;-)Un besazo,genio.

Mandarina azul dijo...

Jajajaja... la conclusión final es genial: el lujo sólo cambia el precio, jaja...
Ay, qué bueno.
¡Un beso!