jueves, 21 de junio de 2007

Caja


Estaba en el escaparate desde hacía tiempo pero nunca le había prestado atención. Una caja, de esas que se usan para guardar puros, tallada a mano con delicadeza y esmero.

La tienda, de regalos exóticos no demasiado exclusivos ni demasiado caros, era una tiendecita que parecía que había nacido justo con la misma inauguración del edificio, ya clásico, y que ahora, una familia de orientales le estaba dando, con paciencia y pericia, un toque distinto, exótico y variopinto

La caja, de madera recia que no supe identificar, estaba un tanto oscurecida por el paso del tiempo en su interior, y por diferentes adornos y filigranas que convenientemente barnizados y con juegos de marquetería y talla artesanal, se había convertido en una pequeña obra de arte, intentando recrear, si es que no lo era ya, un bonito símbolo oriental.

No tenía mucha idea de para que podría servir, pero es sabido que la conciencia no guarda lógica, y el arte, la belleza, e incluso los caprichos, tampoco... Simplemente, intuí que en aquella caja se habían depositado horas de trabajo, cariño y esmero para conseguir que ahora yo, pudiese llevármela a casa para que ocupase algún hueco y lo llenase de exotismo artesanal.

No hubo regateo ni dudas. Sólo me interesé por la madera y el uso a que se destinaba la caja y el dependiente, joven e inexperto, apenas supo decirme que era una caja de madera... Así pues, cargué con la caja y con toda su enigmática historia desde ese momento, en el que mi imaginación recorrió rauda los cuentos de las mil y una noches en busca de algún solícito mandato oculto en secretos y enigmáticas conspiraciones que esperaba encontrar entre aquella madera que rebosaba, más si cabía aún, misterios y enigmas por doquier desde aquel instante...

Al llegar a casa coloqué la caja junto con el resto de mis pequeños fetiches, pero algo no terminaba de encajar... el estilo, la función, el tamaño... la caja, por sí sola, exigía un protagonismo mayor para destacar esa belleza innata que emanaba de todos sus recovecos.

Poco a poco fue tomando un protagonismo inusual ese simple objeto cotidiano... cada vez me exigía más dedicación y cuidados. No encontraba una posición idónea para contemplar todo aquello que me gustaba... comencé a trabajar con espejos y a conjugar luces... espacios cada vez más amplios, más dedicación, más esfuerzo, más tiempo…

Tanto es así, que aquella simple caja de madera se fue convirtiendo en algo realmente importante en mi vida y cuando no estaba en casa, pensaba en ella casi con devoción… e incluso, llegué a ponerle nombre: Soledad.

Hoy en día, la caja sigue ahí, pero comparte lugar con mis antiguos y modernos fetiches, y ha dejado, o al menos eso parece, de obsesionarme por su deslumbrante y enigmática belleza. Hoy, guardo en su interior algunos de esos recuerdos que bien por que no sabemos donde poner, o bien por que deseamos tenerlos cerca, siempre arrojan un dulce aroma y un suave murmullo… el de la vida…

2 comentarios:

Perovsquita dijo...

Me has hecho recordar la historia de la Caja de Pandora.

Ten cuidado cuando la abras, no sea que se escapen todos esos recuerdos que almacenas y quede unicamente la esperanza...

Saludos!

Candelas Sanchez Hormigos dijo...

¿Soledad? Ay niño, mira que esas cosas dan mal fario, una caja de inusitada belleza que te toma tanto tiempo...

Espero que la soledad no sea demasiado pesada, demasiado densa, demasiado angustiosa y solo sea eso, una caja.

Un beso