miércoles, 20 de junio de 2007

Cadalso


El pueblo había acogido el macabro espectáculo de una ejecución. Un pequeño y tosco patíbulo en el centro de la plaza, corazón de la villa y mentidero de sus villanos, presidía y daba un aire de majestuosidad insolente, carente de sentido a aquel pequeño y recóndito lugar olvidado de los hombres pero hoy, centro de peregrinación en busca de un motivo para sentirse importante, aunque fuese por un instante.

Poco después de que el alba rompiese la noche con colores y luces, el reo caminaba rumbo a su fin. Una vida que en momento se llenó de pasado y se vació de futuro... una vida que, tocaba a su fin aun cuando su fin fuese otro... una vida que apenas asomada a luz, fue engullida por las sombras… una vida que aun tierna, no había llegado a dar fruto... Supongo que el ajusticiado ignoraba mucho de lo que allí ocurría y tan sólo sabía que caminaba, con total dejadez y abandono, a su fin que pendía en el extremo de la cuerda de la horca.

Mientras la multitud, con extraños sentimientos de ira, furia, venganza, ira, odio... todos ellos recubiertos en un manto de falsa justicia y aderezado con la satisfacción de la ignorancia, gritaba excitada de emoción y con delirante frenesí, ante el paseo que la muerte, sabedores de que, al menos en esta ocasión, pasaría de largo de sus miserables vidas...

Al condenado se le colocó una capucha... tal vez para que no sintiese la vergüenza de ver en ojos ajenos la satisfacción de su propia muerte, y sintió como el verdugo, impasible en su trabajo, colocaba la soga alrededor de su cuello.

El silencio se hizo presente de improviso y las miradas, expectantes, permanecían fijas en el único ser que, como si de un macabro conjuro se tratase, caería en manos de la muerte. Un golpe seco del verdugo y todo cambió de golpe. La trampilla del cadalso se abrió, el condenado cayó y un lejano crujido indicó que su cuello se había partido...

La muerte había jugado una extraña partida de ajedrez, donde su rival no tuvo ni una sola oportunidad, pues en el mismo movimiento del saque, ya le dio el mortal jaque...

Nadie de los presentes conocía de su delito, ni tan siquiera de su existencia... nadie de los presentes, cuando se alejaban comentando los parabienes de aquel día, seguía sin conocer su delito, y todos hablaban siguiendo los rumores, inventados y de versiones entremezcladas y confusas, que cada cual quisiera entender, y así justificar, si alguna vez la conciencia lo avisaba, que nosotros fuimos inocentes de aquel suceso…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La conciencia tiene atajos inverosímiles que a veces utilizamos para justificar y permitir, mediante la insana apatía, lo que no tiene nombre ni justificación alguna.
Un abrazo.

Candelas Sanchez Hormigos dijo...

Somos capaces de ver la muerte de un ser humano y a continuación a tomar unas cañas... y solamente de leer tu relato, de pensar en ese escenario...

¡Que frío!